Yo soy el que regresa envuelto de versos rotos,
el que lleva en sus manos la geometría del tiempo
donde escribo nombres que habitan lentos espejos.
Yo soy el que susurra bajo la piel hendida de tus sueños,
el que hurga en las costuras del alba y recupera versos.
Vengo de la palabra llena de gestos vividos por tu voz,
del rostro que se desvanece en silencios desangrados.
He bebido del cántaro donde reposan tus ausencias,
he cruzado las estancias donde las sombras se agitan
en el idioma secreto de las formas que no dejan huella.
Mis pasos han dejado un eco de pájaros invertidos,
una ceniza que aún guarda la curva de mis párpados,
y en mi pecho florece la semilla intacta de lo imposible.
Porque yo no he venido a recordarte de flores negras,
sino a incendiar las certezas con la fiebre del que sueña,
a devolverle al olvido su música intacta, llena de tu voz,
a abrir con cada sílaba la herida que se cierra en lo eterno.
Y si me revelo, soy apenas un soplo en tu costado dormido,
una grieta por donde asoma lo que nunca alcanzo su forma,
una lámpara encendida en la voz que arde en el fondo del ayer.
Yo soy —seré— el que regresa alegre con rostros ajenos,
con un puñado de universos dormidos entre mis dedos,
y con un silencio a cuestas, como un templo de dioses mudos.
Rolando del Pozo