viernes, noviembre 21, 2025

Carcoma sideral

En los reflejos de la noche me reconozco

y soy el que fui, el que baja lleno de voces

hacia un dolor donde mi nombre es otro,

donde ya he vivido este mismo tormento.

 

Aquí donde el tiempo se dilata en círculos,

donde cada palabra es una puerta cerrada,

vengo a convocar los fantasmas del albor,

esos que conocen el reverso de mi rostro.

 

¿Quién habita esta casa de ecos diáfanos?

¿El que soy o el que cree su inexistencia?

Yo descubro la sombra de un niño antiguo,

de un libro infinito lleno de voces diversas.

 

Me llamas desde el fondo de rotos labios,

los que se abren en agitadas y lentas vidas,

o quizás en este mismo ensueño ya vivido.

 

Y voy descendiendo por círculos lóbregos,

por anaqueles hexagonales llenos de bríos

con el corazón repleto de carcoma sideral.

 

Porque te amo en los ardores y en la sombra,

en la honda voz llena de ahogados presagios,

y en el tiempo que contiene todos los tiempos.


Rolando del Pozo

 

 

sábado, noviembre 15, 2025

Corredores invisibles

Quizá fue en otro siglo, o en otra distancia,

cuando tu voz comenzó a descender por mi boca,

como una clave negada en los pliegues del tiempo,

como un signo que se repite en cada alucinación

para ajustar tu ausencia a todo lo que he vivido.

 

He seguido tus huellas por corredores invisibles,

tejiendo relatos que no supe anudar a tu boca

para sostener un amor de múltiples distancias:

ese que existe en todas las esquinas de tu cuerpo

como un destino escrito en las arenas del tiempo.

 

A veces te presiento en la tinta que dicta mi voz,

en el espejo que rehúsa mi figura, mis sombras,

y me devuelve la versión secreta de tu carácter,

el doble que camina detrás de mis rotas pausas.

 

También te siento cercana, o a veces distante,

con la certeza terrenal de Neruda:

el olor de un fruto abriéndose en mis ganas,

el pulso del mar ascendiendo por tus pechos,

una llama que desconoce el misterio de su origen.

 

Y aunque no alcance a reunir tus trozos dispersos,

te busco en el albor que sobrevive al derrumbe,

en la cifra oculta que se reproduce en mi sangre,

en el círculo perfecto y diverso, de lo inevitable.

 

Rolando del Pozo

miércoles, noviembre 12, 2025

La sombra

Detrás de las alucinaciones que me repiten

una sombra escribe con mi rota caligrafía,

y sus letras se prolongan en otros destinos,

en historias que suceden mientras despierto.

 

A veces la veo: su rostro lleno de memorias,

su vientre al encuentro de ardores de agua,

y su voz que se renueva en otros nombres

como si fuese la llave de un círculo infinito.

 

¿Quién te imagina en adioses extraviados?

¿Quién te sueña en el temblor de un amor?

En tus labios se inflama el vino de tus inicios,

en los míos el polvo de los siglos importuna.

 

Detrás del eco que te nombra sin descanso,

se abre un jardín de imágenes extraviadas,

donde tus pasos aún se buscan a sí mismos

y mi sombra aún ensaya a ser tu despedida.

 

Y cuando el sueño ya no recuerde tus dolores,

cuando el relámpago se olvide de sus orígenes,

la voz de una estrella que arde hacia adentro,

renovará tu nombre que nadie declaró jamás.

 

Rolando del Pozo

martes, noviembre 04, 2025

He caído

He caído tantas veces,

que ya no sé si el que se levanta soy yo

o una sombra que me precede.

 

La tierra me ha visto regresar

con los mismos ojos y con otros.

Cada caída fue un espejo roto

donde intenté reconocerme,

y cada vez que creí tocar el fondo

descubrí otro cielo al revés.

 

He caído muchas veces en el amor,

en la fe, en la vana ilusión del nombre.

Y sin embargo, algo —una brasa secreta—

me devolvía a un tiempo sin voces,

como si un dios menor, desatento,

corrigiera mis pasos en mi laberinto.

 

He aprendido que no hay caída inútil:

cada derrota es una puerta sin distancias

que se abre hacia otro ensimismado yo.

 

Ahora camino con la serenidad de quien sabe

que mi eternidad se escribe con minúsculas,

y que basta una chispa, una respiración,

un malestar, para volver a empezar.

 

He caído tantas veces

que ya no temo al abismo:

lo nombro, lo abrazo, lo aprecio,

y en su fondo reconozco mi rostro.

 

Porque he comprendido —al fin—

que levantarme es otra forma de volverme a ver.

 

Rolando del Pozo

sábado, octubre 25, 2025

El umbral

Allí, donde la sombra se muta en tu cuerpo

donde el tiempo es una alucinación ajena,

vuelvo a ser todos los que he sido:

el que espera, el que olvida, el que busca reflejos.

 

Hay una puerta —de voces, de luz, de versos—,

y detrás de ella tus pasos encienden poemas

con los lamentos que derramaron tus noches.

 

Yo era el que hablaba con las alboradas,

el que tocaba tu imagen en los ayeres diversos,

el que miraba desde otro siglo mi tardo destino.

 

Pero el tiempo —ese ciego creador de distancias—

nos aunó en tus silencios con su geometría infinita.

Y regreso, no hacia la luz que se derrama de tu voz,

sino hacia el resplandor que dejan tus recuerdos.

 

Y comprendo que soy un repetido sueño,

que amar es apenas recordar lo que ya ocurrió.

Y mientras despierto, tú vuelves a inventarme,

como si tus ansias fueran otra forma de nacer.

 

Rolando del Pozo

martes, octubre 21, 2025

Pasillos del sueño

He nacido tantas veces en los pasillos del sueño,  

que ya no diviso si esta piel rígida que me cubre  

pertenece a la alborada o al eco de una promesa.  

 

Alguien —quizás tú, quizás tus sombras—  

dispersó mis intentos en la humareda del tiempo,  

y ahora calmo acumulo uno a uno los fragmentos  

de mis propios silencios en un insuficiente reflejo. 

 

Soy la voz que se disuelve en los dolores del ayer,  

el que recibe noticias desde una orilla de súplicas

en sobres desgastados por el polvo y la turbación.  

En cada carta arde una pregunta:  

¿qué hacer con el amor cuando llueve en el alma?  

 

Tal vez algún día recuerde dónde dejé tus pausas,

dónde dejé los arrojos que adornaban tus regazos.

Mientras tanto, camino tardo detrás de mi sombra  

por una senda que se ciñe, a los reflejos de tu voz.  

 

Rolando del Pozo

 

miércoles, octubre 08, 2025

El tiempo

No fue de pronto.

El tiempo no desciende como un relámpago,

sino que roza —una y otra vez— los bordes del alma,

hasta que el espejo empieza a doler en su transparencia.

 

He visto mi rostro aprender la lengua de las heridas,

y mis ganas —antes ríos del deseo—

guardar en su cauce los nombres de lo vivido.

Entre tanto, los días me acarician lentamente, 

como si dudaran aún de mi absurda existencia.

 

Cada reflejo es una oración invertida,

una palabra que el alma escribe en silencio.

En ellas habita la inocencia de los besos,

la sombra de los que perduran en mi voz,

la música de un ardor que no quiso morir.

 

Ya no me pertenece el futuro,

pero siento su respiración junto a mi pecho,

como una amante que aún no se marcha del todo.

Y algo en mí florece, todavía:

una semilla que insiste en abrirse,

una luz pequeña que no se rinde al invierno.

 

Porque envejecer no es morir,

es abrazar al tiempo como a un viejo amigo,

es besarle las manos al misterio de la luz

que un día me invitó a habitar un cuerpo,

que me llevó de una alucinación a otra,

hasta dejarme, asombrado, en la orilla 

de este albor que ya no repite mi nombre.

 

Rolando del Pozo